lunes, 2 de marzo de 2015

LA PELOTA MALDITA



"LA PELOTA MALDITA"

(Parte 1)
Noviembre 2001


Ocurrió a finales del 2001 en Santa Elena, si mis recuerdos no fallan fue en uno de los puentes de noviembre. Era mi primer siempre listos con la tropa 14 Cacique Bitagüí. Estaba más que emocionada, todo era con pruebas, medían mi desenvolvimiento como guía de la patrulla Bekazinas dentro de la patrulla cisnes como la nueva. Recuerdo que paralelamente Andrés Maldonado se encontraba en algún lugar de nuestro alrededor, en su salida de PRIMERA CLASE. 

Del primer día lo que más recuerdo es la pelota de goma que llevó el Jefe Julio González, cada vez que la golpeábamos contra algo, ella alumbraba y sonaba cual canción navideña.

Las mañanas eran rutinarias, pero todo lo disfrutaba con el mayor de los gustos, levantarse muy temprano, bañarse en ese río helado, intentar calentar la leña lo antes posible para poder hacer un buen desayuno; no sé porqué pero siempre era la única mujer haciendo el desayuno junto a la patrulla águilas, panteras o búfalos.

Las tardes eran realmente agotadoras, las marañas muy fuertes, todo el trabajo técnico, todas las actividades competitivas, reflejaban nuestro rendimiento físico, nuestra resistencia y agudeza para resistir. En medio de un gran desafío dañamos la pelota de Julio y por más que intentó repararla, ella ya había muerto, así que la botó.

Lo mejor era la noche! Por más cansancio que sintiera y aun sabiendo lo que me esperaba al día siguiente, no me preocupaba ni interesaba dormir.

Pasada la media noche me encontraba con los ojos abiertos de par en par, observando el techo de mi vivac, con muchísimo frio y a mi derecha Julio, mi jefe. (nunca supe porque durmió con las niñas) Mientras roncaba profundamente le quité su boquitoqui, me salí del vivac y me puse en contacto con Maldo pero inmediatamente Julio se levantó y de castigo me puso a hacer guardia toda la noche. No me molestó, no tenía sueño.

Mi compañero de guardia fue Santiago Gómez de la patrulla Águilas, un chico serio, amigable y algo tímido; la primera guardia fue la de la una de la mañana, estuvo realmente entretenida, nunca antes había hecho una guardia tan bien hecha, cuidamos a la perfección todo el campamento, el frío fue desapareciendo y nuestra conversación se hizo tan amena que en menos de nada se llegaron las dos de la mañana.

Mi siguiente compañero fue Juan Camilo Builes también integrante de la patrulla águilas, un joven alegre que inspiraba un gran cariño con solo ver su sonrisa. Junto a él reí mucho, le gustaba contar acerca de la experiencia de sus viajes como camionero y dentro de sus relatos siempre había algo mágico que me envolvía dentro de la historia, sin embargo, al finalizar cada uno de sus cuentos, yo nunca le creía nada sobre las brujas, duendes, espantos, fantasmas y demás espíritus raros de los que él mencionaba. Recuerdo que esa no era su guardia, el turno era de Arbey, pero él no tenía sueño, me quería acompañar y no lo quiso despertar.

Llegada las tres de la mañana se levantó Juan Esteban Domínguez, mi siguiente compañero de guardia guía de la patrulla Búfalos, un niño lindo, discreto y con una mirada tierna. Se unió a nuestra conversación, era encantador ver su rostro envuelto en cada palabra que Camilo Builes narraba. En esas un grito nos asustó, era Arbey disgustado porque no lo habíamos levantado a la hora de su guardia, todos se despertaron del susto al escuchar su grito, todos rieron y se unieron al círculo que habíamos conformado bajo un árbol al lado de un precipicio. Lo que más me sorprendió fue darme cuenta de que ningún jefe se levantó, ¿ninguno escuchó? ¿Así estaban de cansados?

Arbey no nos dirigió la palabra en toda la noche y terminada su guardia regresó a dormir. Casi todos estaban junto a mi escuchando las encarretadoras anécdotas de Camilo, sentados en círculo, nuevamente la única mujer era yo.

Terminada una de las historias acerca de haberse bajado a orinar en la carretera y de la nada haber aparecido una casa en el camino con una viejita que lo invitaba a tomar el té, yo campantemente dije que no creía en eso y apenas lo mencioné, la pelota del jefe comenzó a sonar, fue realmente extraño, todos nos paralizamos por unos segundos.

Camilo continuo relatando sus innumerables maravillosas historias y así mismo se hizo constante la negativa mía de no querer creer que aquello fuese verdad, solo hubo un instante donde no sé aun si fue realidad o si mi mente comenzaba a creerle: Builes dijo que existían dos especie de almas, las negras y las blancas, dijo que Juanes y yo éramos de almas blancas porque no creíamos en espíritus y por eso nos pasaban cosas y que él era de alma negra porque creía en todo y no le pasaba nada (eso me confundió un poco ya que sus historias narraban sucesos que se le presentaron a él y por otro lado a mí nunca me ha ocurrido nada extraordinario) 

Mientras él nos explicaba sobre las almas, por su espalda apareció una persona simulando un espanto, con una sábana blanca al estilo chavo del 8 (o por lo menos eso creí yo) y me causó mucha risa porque por más que intentaran asustarnos, juanes y yo no creíamos, lo que si me sorprendió bastante fue que ninguno de los presentes lograba verlo, de verdad no lo veían, le lancé una piedra y traspasó el cuerpo de aquella sabana, le apreté fuertemente la mano a Juanes y Camilo dijo: “tranquila, como ya dije solo ustedes dos pueden verlo, son los únicos con alma blanca aquí presente”

Lo importante de esto es que cada vez que yo decía que no le creía, la pelota volvía a sonar. Llegó un punto en el que todos estábamos no asustados pero si desconcertados con que ante mi negativa se escuchara el sonido de aquella pelota que durante el día había desaparecido. Comenzamos a buscarla desesperadamente, no paraba de sonar, nos dimos cuenta de que estaba dentro del vivac de la jefatura y lo que me seguía preguntando era porque los jefes no se despertaban? El negro (Juan Camilo Paniagua) la encontró debajo del sleeping de Juan David Serna el subjefe de tropa. Mario de la patrulla Búfalos dijo: “eso es porque estaba en el calor, déjenla en la manga que con el frío se vuelve a dañar” le hicimos caso y la pusimos en medio del circulo que formábamos con nuestros cuerpos. 

Builes comenzó a narrar su penúltima historia, al terminar todos me miraron, a mi me dio risa y les dije: “pues la historia muy encarretadora pero no, aun no creo en eso” la pelota comenzó a sonar durísimo y a alumbrar frente a nosotros, el susto que me dio fue tan grande que mi reacción fue cogerla y lanzarla fuertemente hacia el precipicio que estaba junto a nosotros. Esto de verdad dio miedo, todos nos quedamos ahí sentados esperando, callados, no sé que esperábamos pero seguíamos ahí.

Builes con su tono de voz gruesa y fuerte dijo: “jajaja, tranquilos, les cuento la última historia y me voy a dormir” Comenzó a narrar entonces su última y más espeluznante anécdota, creo que realmente buscaba hacerme creer, y para serles franca si le creí un poquito o por lo menos me asustó lo suficiente para darle la razón; y se llegó el momento de la pregunta, todos voltearon a observar mi rostro, confieso que me sentía en suspenso y por unas milésimas de segundo pensé “la pelota ya no está aquí, yo la lancé” y aunque estuve a punto de confesar que si le había creído un poco, solo por hacerlo contarme más les dije a todos “NO, aun no creo” y ocurrió lo más espantoso que haya experimentado, la pelota apareció entre mis piernas cruzadas alumbrando y sonando cual canción navideña, de verdad me aterroricé, grité tan fuerte que hasta en el lugar mas recóndito me habrían escuchado, me levanté de allí y comencé a correr con gran pavor, el miedo que sentía era agobiante, sentía que ellos corrían tras de mí, pero mis pasos eran tímidamente veloces. Me metí al vivac de las cisnes, me importaba un comino si Julio se levantaba a regañarme (lo extraño es que todavía ningún jefe se despertaba) me metí rápidamente en mi sleeping y me cubrí hasta la cabeza, no lograba quedarme dormida, el miedo invadía mi cuerpo, las niñas estaban profundas, me sentía sola.

A la mañana siguiente todos comentábamos sobre lo sucedido, era increíble ver a todos los hombres igual de asustados a mí, y aun más increíble que los jefes verdaderamente no escucharon nada, ellos mismos no se explicaban cómo es que no se levantaron a hacer guardia; las niñas si escucharon los gritos pero Cata Gil y Cata Domínguez dijeron que les pudo más el frío y el sueño.

Nunca más durante el campamento volvimos a saber de la pelota y mientras desmotábamos los subcampos la bautizamos “La pelota maldita”




Vanessa Cardozo
Dakuma

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